Parece mentira que tenga que recordar la importancia de la Mascarada, la Primera Tradición, a todos los vástagos, como si hablara con chiquillos recién convertidos. Y, sin embargo, aquí me tienen: promulgando un decreto al respecto para mis primogénitos y ancillas. ¿Por qué? Porque se emitieron hasta seis informes policiales en los que alertan de las actividades de los vástagos y del arresto de varios sirvientes vinculados por la sangre en tan solo unas semanas. Y a apenas unos meses de nuestra gloriosa convención.
"No revelarás tu verdadera naturaleza a quienes no sean de la Sangre". Este juramento es lo único que nos separa de la destrucción a manos de los militantes mortales. La Camarilla y la Mascarada se concibieron para sobrevivir a la primera etapa de la Inquisición y eludir las quemas de brujas y cazas sistemáticas. El proceso duró siglos, pero conseguimos que la humanidad dejara atrás las supersticiones y adoptara un punto de vista racional en el que los monstruos no tienen cabida.
"¿Y esto qué tiene que ver con que yo use o no mis habilidades o expulse a tiros a las bandas organizadas que se inmiscuyen en mi territorio?", se preguntarán. La respuesta es muy sencilla: ¡el mundo vuelve a creer en los monstruos! Ahora los llaman "terroristas" o "asesinos en serie", y cuentan con agencias especializadas que los investigan en bases de datos y siguen su rastro por las calles. Si piensan que sus metidas de pata y sus indiscreciones no llegarán a oídos de los inquisidores de los nuevos tiempos es que son más necios de lo que pensaba.
A partir de esta misma noche, no pienso permitir ni un solo error. No toleraré la más mínima brecha de la Mascarada en mi dominio, ni por parte de los miembros de la Camarilla ni por la de los Anarquistas. Se acabó mostrar sus habilidades a los mortales y cometer actos irresponsables que llamen la atención. Pienso iniciar una Caza de Sangre inmediata, sin juicio previo, contra cualquier vástago que infrinja la Primera Tradición. Y para que quede constancia: la sangre del infractor le pertenecerá a su verdugo. Así he hablado, y mi voluntad es la ley.
– Decreto promulgado por el Príncipe Markus dos meses antes de la Segunda Convención de Praga.